Era poco después de medianoche del 26 de septiembre de 1983, Stanislav Petrov, se sirvió otra taza de café y se sentó en su silla frente a una serie de voluminosas pantallas de ordenador. Se estaba preparando para otra noche de servicio en el búnker Serpukhov-15, a las afueras de Moscú. Entre sus responsabilidades estaba la supervisión del sistema de alerta temprana por satélite que avisaba a la Unión Soviética de un ataque inminente con misiles nucleares.
Las relaciones entre EEUU y la Unión Soviética eran tensas. A principios de ese mes, el ejército soviético había derribado un avión de pasajeros surcoreano que se había quedado en el espacio aéreo soviético. Murieron 269 personas, entre ellas el congresista estadounidense Larry MacDonald y muchos otros estadounidenses.
Ese año, los estadounidenses habían seguido sondeando las defensas rusas. La OTAN y EEUU habían realizado ejercicios navales en los mares de Barents, Noruega, Negro y Báltico, así como en la brecha Groenlandia-Islandia-Reino Unido. Los bombarderos estadounidenses volaban directamente hacia el espacio aéreo soviético y se retiraban en el último momento.
El Dr. William Schneider, ex subsecretario de Estado de Asistencia Militar y Tecnología, dijo: «Realmente les afectó… no sabían lo que significaba todo aquello. Un escuadrón volaba directamente hacia el espacio aéreo soviético, y otros radares se encendían y las unidades entraban en alerta. Entonces, en el último momento, el escuadrón se despegaba y regresaba a casa».
De vuelta en su búnker soviético, Stanislav Petrov miró las pantallas que tenía delante. De repente, el sistema de alerta temprana saltó disparando las alarmas por toda la sala de control. El equipo de Petrov le miró nervioso: ¿era esto? ¿Era el primer ataque lanzado por los americanos? Petrov investigó la alarma y descubrió que había sido activada por un único misil lanzado desde EEUU.
Tenía órdenes de transmitir esta información a sus oficiales superiores en Moscú, pero no lo hizo, se limitó a esperar. Los demás aviadores y oficiales miraron a Petrov. ¿Por qué no seguía sus órdenes? Así no se hacían las cosas en la Unión Soviética en aquella época. No seguir las órdenes podía suponer un billete de ida a Siberia, ¿qué demonios estaba haciendo?
Poco después de este incidente, otros cuatro misiles activaron el sistema. Los hombres del búnker esperaron ansiosos a que llegara el primero… nunca llegó, ni tampoco los cuatro misiles siguientes. Fue una falsa alarma, un inocuo error informático.
¿Por qué Petrov no había contado a sus superiores lo que estaba pasando?
Al explicar su decisión de no alertar a su cadena de mando, Petrov declaró que si EEUU hubiera decidido atacar primero, habrían disparado todo en una oleada coordinada. Un misil, seguido de cuatro, no parecía lógico basándose en lo que él sabía sobre su capacidad y probable estrategia. Petrov también sabía que el sistema era relativamente nuevo y aún no confiaba plenamente en él. El radar de tierra tampoco había captado ninguna prueba corroborativa, ni siquiera después de la primera alarma.
La de Petrov fue la correcta, pero sólo con la claridad de la retrospectiva. Habría estado sometido a una enorme presión para informar a sus superiores de lo que estaba ocurriendo, pero sabía que si lo hacía, existía una importante posibilidad de iniciar una guerra nuclear. Petrov decidió no seguir los datos, sino confiar en su intuición, que le decía que no se trataba de un primer ataque estadounidense. Al hacerlo, podría decirse que alejó al mundo de la guerra nuclear y de la 3ª Guerra Mundial.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Internet y la era informática nos han dado la capacidad de recopilar enormes cantidades de datos y a menudo se afirma que mejores datos conducen a mejores decisiones, lo cual es en gran medida cierto. Pero es importante reflexionar sobre qué datos estás recopilando, cómo se están utilizando y las decisiones que se están tomando como resultado de esta recopilación de datos.
Petrov consideró los datos que tenía ante sí, pero en lugar de seguir ciegamente las órdenes, los evaluó teniendo en cuenta el contexto de la situación. Decidió que, basándose en todas las demás cosas que sabía sobre EEUU, era poco probable que se tratara de un primer ataque. Cinco misiles no habrían destruido la Unión Soviética, habrían destruido varias ciudades y matado a mucha gente, pero les habría dejado capacidad de respuesta. En una guerra nuclear, tienes que destruir a tu enemigo rápida y completamente o te arriesgas a que responda y te destruya a cambio.
A menudo, la calidad de vida de una persona depende de la calidad de sus decisiones. Esto es cierto tanto para las personas como para las organizaciones. Un historial de buenas decisiones conduce a mejores resultados a largo plazo. Incluso las malas decisiones pueden conducir a buenos resultados, siempre que se aprendan de ellas las lecciones adecuadas.
La historia de Petrov nos recuerda que los datos deben ponerse en contexto con el resto de la información que conocemos y comprendemos. Es un recordatorio de que nuestra intuición, esa sensación que tenemos en las tripas, no es algo que debamos ignorar.
Cuando era oficial al mando del comando 42, Charlie Stickland me dijo que «confiara en mi sentido arácnido. Si algo va mal, es que va mal».
A veces en la vida nos vemos obligados a tomar decisiones sin datos. Por ejemplo, no tenemos ningún motivo para no fiarnos de la persona que llama a la puerta a altas horas de la noche, pero algo nos dice que no nos parece del todo bien, así que ponemos la cadena en la puerta. No tenemos pruebas que sugieran que ese individuo represente una amenaza y probablemente no lo haga, pero pecamos de precavidos y ajustamos su comportamiento en consecuencia.
Los datos son valiosos, pero una buena toma de decisiones requiere que seas consciente de sus limitaciones y aprendas a escuchar tu intuición. Si Petrov no hubiera hecho caso a su instinto, tal vez no podrías leer esto ahora.